Mucho tiempo ha pasado desde el último año de Colegio. Mucho más ha pasado, sin embargo, desde que el mío fuera creado. Cincuenta años en realidad, el pasado 23 de abril. Hice la secundaria en el Colegio Nacional Guillermo Billinghurst (Puerto Maldonado-Madre de Dios), a
mediados de los 80s. “El glorioso” era una institución respetable aún, y sus aulas, aunque, en su mayoría, ya desvencijadas por la falta de mantenimiento, nos acogían con calidez casi humana.
Hacia principios de 1987 recién se había terminado de construir el pabellón cerca de una de las esquinas de la cancha de fútbol, frente al Hospital y las paredes del cerco de bloquetas a espaldas de los arcos aún tenían los agujeros, a manera de escalera, heredados para nuestras salidas a hurtadillas del colegio. Sí, por que más de una vez, sobre todo en quinto año, huimos por esos escalones para tomar unas cervezas en el pequeño bar del frente, regentado por unas señoritas guapas y muy amables y por cierto, reconocidas por ello en la pequeña ciudad. Salir a tomar unas cervezas, siendo tan joven, implicaba sus riesgos, y no nos importaba correrlos. Cuando eres adolescente, el desafío a lo establecido y el quebrantamiento de algunas normas, son casi como un estandarte.
El transcurso de cinco años atestiguó incontables historias y anécdotas. Algunas indecibles, otras vergonzosas y afortunadamente, varias que nos llenan de orgullo, como aquella vez, en quinto,
cuando lideramos la recuperación del Gallardete Escolar en aquel memorable desfile de Fiestas Patrias frente al centenario árbol de mango en la plaza de Armas. Las enseñanzas fueron, a decir verdad, más una promesa que una realidad. De hecho, la crisis de la educación peruana, en general, y la del CNB en particular, empezó a arreciar justo en mis tiempos. Era el inicio de la hiperinflación y de la consolidación de la pauperización de los servicios públicos, particularmente el de la Educación. El principal factor es, qué duda cabe, la debacle de la economía y de la remuneración docente, corroída hasta hacerse nada, por la imparable inflación a fines de los 80s.
En este escenario, la capacidad del Profe para retroalimentar sus capacidades eran muy limitadas y no existían incentivos para un mejor desempeño. No obstante, eso no era la regla y existieron casos de docentes que, atestiguada por mi propia experiencia, probaron que pese a las restricciones era posible ser un buen maestro. Contradictoriamente, a muchos de estos buenos profesores, la institucionalidad los sedujo con la ilusión de una carrera administrativa, lejos de la tiza y pizarra.
Recuerdo mucho al profesor Felipe Ayma, de Historia del Perú, bastante exigente y creativo en sus enseñanzas. Nos hacía aprender haciendo las artes de los antiguos peruanos. Cierto, como parte del curso teníamos que moldear con nuestras propias manos, los huacos de las diferentes culturas pre-incas, replicando sus características cromáticas y morfológicas. Yo hice Chavín, y nunca olvidé que su cerámica era principalmente monocromática y usaba gollete-estribo y que florecieron en el nacimiento de nuestras civilizaciones prehispánicas. Este buen formador en aula, fue promovido a la Dirección Regional de Educación, integrándose al duro engranaje de la burocracia. Muchas generaciones posteriores a la mía, se perdieron de la formación cultural e histórica que pudo haberles dado este maestro.
Otro caso, fue el del profesor Puclla, de Matemáticas de mechón ondulante, respetuoso y exigente. Estoy seguro, que la mayoría de mis compañeros del 5to “A”, todavía recuerdan las ecuaciones de primer y segundo grado, los sistemas de ecuaciones, etc. Por que este profesor, se encargó de que así fuera. Su método de enseñanza en aula era la tradicional discursiva, pero él supo agregarle una poderosa: el diálogo y la competencia. ¿Cómo?. Nos hizo formar grupos solidarios para la resolución de paquetes de problemas matemáticos y luego en clase, los grupos, que debían tener un nombre desafiante, competían para ver quiénes eran los mejores. Y nadie quería ser el peor. De este modo, supo mantenernos ocupados, pero sobre todo, motivados fuera de las horas de clase. Aun recuerdo las interminables reuniones que mi grupo tenía en la casa de Efraín Pinedo, allá por la Catedral de Santa Cruz, discutiendo y analizando la resolución de esos problemas, para poder ser los mejores. No se qué es lo que luego hizo este excelente docente, pero no me sorprendería que también haya sido “promovido” a cargos administrativos, lejos de las aulas y del contacto con los alumnos. Hecho contradictorio, puesto que es allí, precisamente donde los mejores maestros (y deberían ser también los mejores pagados) debieran estar.
El aniversario del Colegio
El aniversario del Colegio ha sido, por variadas razones, siempre la fecha más esperada. Entre el primero y segundo año lo era por la magia del paseo de Antorchas y la fantasía de una noche larga alborotando, a nuestro paso, las calles del antiguo Puerto Maldonado. Para los de tercero, cuarto y quinto año, la mayor fuente de excitación era la fiesta de aniversario que se celebraba en la canchita de fulbito del colegio, con la orquesta de los Fenders. Los de tercero, muchas veces inauguraban allí su vida nocturna. Yo aún recuerdo mi primera fiesta. Me veo, en retrospectiva, emocionado y abrumado por lo inesperado de, explorando por fuera y por dentro de la muchedumbre la presencia de los camaradas y de las chicas. A esa edad, no ingieres licor, pero no lo necesitas, por que la embriaguez es inevitable en el ambiente que se generaba en nuestro colegio, una noche cada año.
Hacia principios de 1987 recién se había terminado de construir el pabellón cerca de una de las esquinas de la cancha de fútbol, frente al Hospital y las paredes del cerco de bloquetas a espaldas de los arcos aún tenían los agujeros, a manera de escalera, heredados para nuestras salidas a hurtadillas del colegio. Sí, por que más de una vez, sobre todo en quinto año, huimos por esos escalones para tomar unas cervezas en el pequeño bar del frente, regentado por unas señoritas guapas y muy amables y por cierto, reconocidas por ello en la pequeña ciudad. Salir a tomar unas cervezas, siendo tan joven, implicaba sus riesgos, y no nos importaba correrlos. Cuando eres adolescente, el desafío a lo establecido y el quebrantamiento de algunas normas, son casi como un estandarte.
El transcurso de cinco años atestiguó incontables historias y anécdotas. Algunas indecibles, otras vergonzosas y afortunadamente, varias que nos llenan de orgullo, como aquella vez, en quinto,
En este escenario, la capacidad del Profe para retroalimentar sus capacidades eran muy limitadas y no existían incentivos para un mejor desempeño. No obstante, eso no era la regla y existieron casos de docentes que, atestiguada por mi propia experiencia, probaron que pese a las restricciones era posible ser un buen maestro. Contradictoriamente, a muchos de estos buenos profesores, la institucionalidad los sedujo con la ilusión de una carrera administrativa, lejos de la tiza y pizarra.
Recuerdo mucho al profesor Felipe Ayma, de Historia del Perú, bastante exigente y creativo en sus enseñanzas. Nos hacía aprender haciendo las artes de los antiguos peruanos. Cierto, como parte del curso teníamos que moldear con nuestras propias manos, los huacos de las diferentes culturas pre-incas, replicando sus características cromáticas y morfológicas. Yo hice Chavín, y nunca olvidé que su cerámica era principalmente monocromática y usaba gollete-estribo y que florecieron en el nacimiento de nuestras civilizaciones prehispánicas. Este buen formador en aula, fue promovido a la Dirección Regional de Educación, integrándose al duro engranaje de la burocracia. Muchas generaciones posteriores a la mía, se perdieron de la formación cultural e histórica que pudo haberles dado este maestro.
Otro caso, fue el del profesor Puclla, de Matemáticas de mechón ondulante, respetuoso y exigente. Estoy seguro, que la mayoría de mis compañeros del 5to “A”, todavía recuerdan las ecuaciones de primer y segundo grado, los sistemas de ecuaciones, etc. Por que este profesor, se encargó de que así fuera. Su método de enseñanza en aula era la tradicional discursiva, pero él supo agregarle una poderosa: el diálogo y la competencia. ¿Cómo?. Nos hizo formar grupos solidarios para la resolución de paquetes de problemas matemáticos y luego en clase, los grupos, que debían tener un nombre desafiante, competían para ver quiénes eran los mejores. Y nadie quería ser el peor. De este modo, supo mantenernos ocupados, pero sobre todo, motivados fuera de las horas de clase. Aun recuerdo las interminables reuniones que mi grupo tenía en la casa de Efraín Pinedo, allá por la Catedral de Santa Cruz, discutiendo y analizando la resolución de esos problemas, para poder ser los mejores. No se qué es lo que luego hizo este excelente docente, pero no me sorprendería que también haya sido “promovido” a cargos administrativos, lejos de las aulas y del contacto con los alumnos. Hecho contradictorio, puesto que es allí, precisamente donde los mejores maestros (y deberían ser también los mejores pagados) debieran estar.
El aniversario del Colegio
El aniversario del Colegio ha sido, por variadas razones, siempre la fecha más esperada. Entre el primero y segundo año lo era por la magia del paseo de Antorchas y la fantasía de una noche larga alborotando, a nuestro paso, las calles del antiguo Puerto Maldonado. Para los de tercero, cuarto y quinto año, la mayor fuente de excitación era la fiesta de aniversario que se celebraba en la canchita de fulbito del colegio, con la orquesta de los Fenders. Los de tercero, muchas veces inauguraban allí su vida nocturna. Yo aún recuerdo mi primera fiesta. Me veo, en retrospectiva, emocionado y abrumado por lo inesperado de, explorando por fuera y por dentro de la muchedumbre la presencia de los camaradas y de las chicas. A esa edad, no ingieres licor, pero no lo necesitas, por que la embriaguez es inevitable en el ambiente que se generaba en nuestro colegio, una noche cada año.
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Urpi