En cada etapa de la vida, los desafíos son siempre los mismos, sólo cambia el contexto, y la infraestructura disponible. Lo mismo ocurre con la adolescencia y los argumentos de las historias de los adolescentes de los cincuenta, sesenta y setenta, probablemente sean las mismas que los de los ochentas, noventas y de principios de siglo. Amores frustrados, amores repentinos, el beso, la decepción, la reconciliación, la perturbación, la discusión y frustración, la infidelidad y el sexo.
La vida adolescente en el Puerto Maldonado de mediados de los 80’s estaba marcada, como todas, por la música. Era el tiempo del Rock en Español, pero a diferencia de hoy en día esta música no era fácil de acceder. Sólo había una tienda discográfica que traía discos de 45 RPM o Long Plays, discos de vinilo por cierto. Por esos tiempos empezó a ser algo común el uso de cassettes, pero no se comercializaban en versiones originales. Ni siquiera pirata. En 1985 y 1986 si querías música de Soda Stéreo, Charly García, Río o de Virus, tenías que encargarle al chino Nishisaka (Jesús) quien trabajaba en la única tienda de discográfica que había en toda la ciudad. También uno podía hacer su selección de temas de diversos grupos e incluso dejar al libre albedrío a Jesús y él, aunque, influenciado por la onda de fines de los 70s, tenía preferencia por el rock en inglés, te haría la selección. Conseguir buena música era bastante complicado, pese a tener a Nishisaka como aliado en la tienda. Por ello algunos que tenían la oportunidad empezaron a traer discos de sus viajes a Lima a Cusco, lo que era todo un tesoro para nuestras carencias.
Las noches no eran muy largas y no podían serlo por que a la edad de 14 o 15 años uno está disciplinado por el rigor familiar, generalmente materno. Particularmente para nosotros, la diversión la teníamos a dos cuadras de casa. Era el legendario Club Juvenil. Allí, no se liderado por quién, se organizaban fiestas juveniles todos los sábados (o casi todos). Los chicos y las chicas nos vestíamos de fiesta ese día e íbamos a bailar la música que nos gustaba tanto, que a decir verdad eran la excusa para vernos y empezar a socializar más en serio. Fue, creo, por esas épocas que Puerto Maldonado empezó a hacerse un poquito más cosmopolita y los jóvenes empezamos a sofisticarnos un poquito más cada día. Sobre todo por el contacto cada vez mayor que empezábamos a tener con personas que llegaban de otros lados del país.

Ahora que lo veo en perspectiva, es claro que cada edad había sido testigo de una fuente de diversión y placer específica que año a año iba perdiendo vigencia. Cuando muy niño, la calle frente a la casa era la frontera, que se expandía a las misas de niños de los domingos a las 9: 00 am o la catequesis, o a las canchas del colegio cercano, y luego a las cochas o río cercano, que luego reculaban otra vez a las calles, pero más dentro en la ciudad, en lugares específicos como el Club Juvenil (ver foto del viejo y hoy abandonado Club Juvenil), las fiestas esporádicas en las casas de los amigos, luego el Chaparral, luego algunos otros lugares que, para mi, no significaron mucho puesto que para entonces había salido ya de Puerto. Todo en un lapso de no más de diez años. Años maravillosos que uno siempre recordará, a pesar de lo que viva después y a pesar de lo pobre o nutrido de experiencias que tengamos nuestra adultez.
Recuerdo muchas historias específicas de esos tiempos. Las propias y las ajenas, que como dije al principio, deben ser exactamente iguales a las de hoy en día y a las de muchísimos años más atrás.
La vida adolescente en el Puerto Maldonado de mediados de los 80’s estaba marcada, como todas, por la música. Era el tiempo del Rock en Español, pero a diferencia de hoy en día esta música no era fácil de acceder. Sólo había una tienda discográfica que traía discos de 45 RPM o Long Plays, discos de vinilo por cierto. Por esos tiempos empezó a ser algo común el uso de cassettes, pero no se comercializaban en versiones originales. Ni siquiera pirata. En 1985 y 1986 si querías música de Soda Stéreo, Charly García, Río o de Virus, tenías que encargarle al chino Nishisaka (Jesús) quien trabajaba en la única tienda de discográfica que había en toda la ciudad. También uno podía hacer su selección de temas de diversos grupos e incluso dejar al libre albedrío a Jesús y él, aunque, influenciado por la onda de fines de los 70s, tenía preferencia por el rock en inglés, te haría la selección. Conseguir buena música era bastante complicado, pese a tener a Nishisaka como aliado en la tienda. Por ello algunos que tenían la oportunidad empezaron a traer discos de sus viajes a Lima a Cusco, lo que era todo un tesoro para nuestras carencias.
Las noches no eran muy largas y no podían serlo por que a la edad de 14 o 15 años uno está disciplinado por el rigor familiar, generalmente materno. Particularmente para nosotros, la diversión la teníamos a dos cuadras de casa. Era el legendario Club Juvenil. Allí, no se liderado por quién, se organizaban fiestas juveniles todos los sábados (o casi todos). Los chicos y las chicas nos vestíamos de fiesta ese día e íbamos a bailar la música que nos gustaba tanto, que a decir verdad eran la excusa para vernos y empezar a socializar más en serio. Fue, creo, por esas épocas que Puerto Maldonado empezó a hacerse un poquito más cosmopolita y los jóvenes empezamos a sofisticarnos un poquito más cada día. Sobre todo por el contacto cada vez mayor que empezábamos a tener con personas que llegaban de otros lados del país.
Ahora que lo veo en perspectiva, es claro que cada edad había sido testigo de una fuente de diversión y placer específica que año a año iba perdiendo vigencia. Cuando muy niño, la calle frente a la casa era la frontera, que se expandía a las misas de niños de los domingos a las 9: 00 am o la catequesis, o a las canchas del colegio cercano, y luego a las cochas o río cercano, que luego reculaban otra vez a las calles, pero más dentro en la ciudad, en lugares específicos como el Club Juvenil (ver foto del viejo y hoy abandonado Club Juvenil), las fiestas esporádicas en las casas de los amigos, luego el Chaparral, luego algunos otros lugares que, para mi, no significaron mucho puesto que para entonces había salido ya de Puerto. Todo en un lapso de no más de diez años. Años maravillosos que uno siempre recordará, a pesar de lo que viva después y a pesar de lo pobre o nutrido de experiencias que tengamos nuestra adultez.
Recuerdo muchas historias específicas de esos tiempos. Las propias y las ajenas, que como dije al principio, deben ser exactamente iguales a las de hoy en día y a las de muchísimos años más atrás.
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