
De un corto viaje a Montevideo, capital del Uruguay, me ha quedado la sensación que este país no quiere ser lo que alguna vez fue. Venir desde Lima aquí implica la desaparición de tres horas en la vida por la diferencia en longitud. Sales a la medianoche, viajas siete horas (incluyendo trasbordo), pero llegas a las diez de la mañana (hora local, cuando lógicamente debieran ser las 7:00 am). La autopista desde el aeropuerto a la ciudad está muy bien conservada y te regala un paisaje hermoso que bordea las orillas del estuario del río de la Plata por una vía en excelente estado, denominado La Rambla. “Allí se accidentó Darío Silva” – dice el taxista, ciudadano uruguayo que sabe el PBI per cápita, el nivel de exportaciones de su país, el nivel de migración, las dificultades de una megaempresa papelera que prevé invertir US$2,000 millones en el país y, por cierto, casi todo lo relevante del fútbol, incluyendo, sorprendentemente, el peruano.
La infraestructura habitacional en casi todo el casco urbano, revelan un pasado de mucha prosperidad. Casi en toda la costa, se observan enormes edificios de departamentos…pero casi ninguno en construcción. Se ven muchísimos autos, pero muy pocos del año. La gente en las calles se ven bastante homogéneas y uno difícilmente podría deducir su nivel socioeconómico. Pareciera que habría bastante igualdad hacia el medio.
Pero, es una falsa impresión. En la periferia, aunque sin llegar a los niveles peruanos, hay una pobreza extendida y agravada por la gran crisis de principios del 2000. Aunque, en realidad, el estancamiento global de su economía había empezado décadas atrás, y, pese al crecimiento de los últimos años, pareciera que no va a despegar. El centro urbano, es igualmente impresionante por lo bello de su arquitectura. Sin embargo, agazapados entre muchos edificios se puede notar el deterioro de la falta de conservación y la decadencia de la no renovación de la infraestructura existente. Montevideo, y el Uruguay, tuvo su época de gloria, y es claro que fue hace muchísimos años.
No es difícil, sin embargo, comprender su situación. Colegas del ministerio de economía uruguayo reafirmaron lo que había leído sobre este país. Las restricciones fuertes a la libre empresa y la persistencia de un modelo intervencionista y un Estado “benefactor”, constituyen restricciones a la competitividad del país. Y es lamentable, por que puede notarse, no sólo en las estadísticas, sino en la interacción con la gente común y corriente, su alto nivel educativo y de formación de un capital humano de gran calidad.
La cercanía de dos mega mercados, como el de Brasil y Argentina, la accesibilidad de sus pueblos y ciudades, por lo poco accidentado de su geografía y la cercanía y existencia de medios de comunicación, la bendición de un clima templado, la alta calidad de su recurso humano, su posición estratégica en el Atlántico, etc, son condiciones para una muchísimo mejor situación que la actual.
Pero, al parecer, el propio país se hace autogol y se resiste al cambio institucional. En efecto, en un plebiscito que se hiciera hace algún tiempo para impulsar privatizaciones e introducir la competencia en sectores claves como comunicaciones y energía, la mayoría se opuso. El estado caro y benefactor se da por sentado. Pero no se repara en las consecuencias fiscales, y los efectos en la eficiencia de la actividad privada, que esto tiene y tendrá.
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