Luego de muchos años en esta ciudad me he terminado de convencer que Lima es la más patética de las ciudades que he conocido. Pero no por el clima depresivo de invierno que te priva del solo e invade de niebla y llovizna mediocre, todo ello capaz de volver suicida al más entusiasta. No. Por lo contradictorio de su dinámica. Por la forzosa relación de amor y odio que suscita entre sus habitantes.
Es así por lo estresante de las calles, la hostilidad del peatón y del conductor de combi, camión, ómnibus o automóvil particular. Por la ausencia de respeto del derecho en las aceras, por la inseguridad de sus calles, por que difícilmente se puede encontrar un lugar en la ciudad donde uno pueda sentarse o caminar a disfrutar el paisaje (el desierto también puede tener sus encantos) sin el temor y la paranoia de que el individuo que te mira de soslayo te va a asaltar. Lima no es una ciudad, es una prisión sin ley y sus vecinos los internos, atrapados por una rutina sin final.
Con lo adaptable que es el ser humano, muchos ya nos hemos habituado a esto y es nuestra regularidad. Cosa terrible, por que implica renunciar al volver a empezar en un lugar diferente, implica el conformismo a una expectativa de vida materialmente redituable pero contaminada no sólo por el smog y polución medioambiental, sino por la contaminación social. Con los años, uno simplemente vive (sobrevive) por que tiene que hacerlo, pero no el sentido íntegro de la palabra, por que, a menos que no trabajes mucho y, a la vez, tengas dinero de sobra, pierdes el contacto con la naturaleza viva, con el viento fresco, el olor de la hierba mojada tras la lluvia, y la furia de los elementos. También dejas de vivir del contacto personal frecuente con los que más quieres o prefieres, por que a pesar de haber más de 6 millones de personas, a veces pareciera que no hay nadie.
Lo contradictorio, es la dependencia que genera, sobre todo sobre aquellos forzados a hacer permanente un permanencia que se inició temporal, sólo por estudios. Es aterradora la idea de estar sometido de sentir que esto es lo norma de inevitable sensualidad. Uno no se percata de ello cuando siempre ha vivido aquí. No ocurre, sin embargo, lo mismo cuando no eres de estas tierras o cuando has visto más allá de las fronteras, sea en el Perú o en otras partes del mundo.
No obstante, como los que purgan cadena perpetua en las prisiones convencionales, la posibilidad permanente de fuga o la fantasía de absolución alimenta las ilusiones de muchos inconformes. Conozco varios. Muchos de ellos con ya más de 30 años en esta urbe. Han fundado familias y se han enraizado en esta jungla de concreto. Siempre con una excusa para permanecer vinculado. Al principio es el trabajo y la posibilidad de un mejor ingreso, luego los hijos que están estudiando en mejores escuelas, la inversión en propiedades inmuebles, nuevamente la educación de los hijos…y los años que se acumulan en la piel y en las sienes. El sueño de la jubilación en el campo, el retorno en la vejez suele ser la última esperanza, pero también tornarse la luz al final de un túnel, interminable.
Es así por lo estresante de las calles, la hostilidad del peatón y del conductor de combi, camión, ómnibus o automóvil particular. Por la ausencia de respeto del derecho en las aceras, por la inseguridad de sus calles, por que difícilmente se puede encontrar un lugar en la ciudad donde uno pueda sentarse o caminar a disfrutar el paisaje (el desierto también puede tener sus encantos) sin el temor y la paranoia de que el individuo que te mira de soslayo te va a asaltar. Lima no es una ciudad, es una prisión sin ley y sus vecinos los internos, atrapados por una rutina sin final.
Con lo adaptable que es el ser humano, muchos ya nos hemos habituado a esto y es nuestra regularidad. Cosa terrible, por que implica renunciar al volver a empezar en un lugar diferente, implica el conformismo a una expectativa de vida materialmente redituable pero contaminada no sólo por el smog y polución medioambiental, sino por la contaminación social. Con los años, uno simplemente vive (sobrevive) por que tiene que hacerlo, pero no el sentido íntegro de la palabra, por que, a menos que no trabajes mucho y, a la vez, tengas dinero de sobra, pierdes el contacto con la naturaleza viva, con el viento fresco, el olor de la hierba mojada tras la lluvia, y la furia de los elementos. También dejas de vivir del contacto personal frecuente con los que más quieres o prefieres, por que a pesar de haber más de 6 millones de personas, a veces pareciera que no hay nadie.
Lo contradictorio, es la dependencia que genera, sobre todo sobre aquellos forzados a hacer permanente un permanencia que se inició temporal, sólo por estudios. Es aterradora la idea de estar sometido de sentir que esto es lo norma de inevitable sensualidad. Uno no se percata de ello cuando siempre ha vivido aquí. No ocurre, sin embargo, lo mismo cuando no eres de estas tierras o cuando has visto más allá de las fronteras, sea en el Perú o en otras partes del mundo.
No obstante, como los que purgan cadena perpetua en las prisiones convencionales, la posibilidad permanente de fuga o la fantasía de absolución alimenta las ilusiones de muchos inconformes. Conozco varios. Muchos de ellos con ya más de 30 años en esta urbe. Han fundado familias y se han enraizado en esta jungla de concreto. Siempre con una excusa para permanecer vinculado. Al principio es el trabajo y la posibilidad de un mejor ingreso, luego los hijos que están estudiando en mejores escuelas, la inversión en propiedades inmuebles, nuevamente la educación de los hijos…y los años que se acumulan en la piel y en las sienes. El sueño de la jubilación en el campo, el retorno en la vejez suele ser la última esperanza, pero también tornarse la luz al final de un túnel, interminable.
Comentarios
Carmen.
Un gusto.
Y suerte la tuya de estar por allá. disfruta al máximo tu estancia, conoce a la mayor cantidad de gente de la zona posible y no dejes de ir a todos los lugares que propone la selva, la misma Puerto y todas las localidades aledañas.
Roger