Quien dice que en el tránsito vial en Lima impera la Ley de la Selva, implicando que no hay leyes, se equivoca, o simplemente aún no se ha socializado. En realidad, sí existen algunas pocas reglas. Todas no formales por cierto y han surgido inevitablemente para gobernar la vorágine y la interacción de los cerebros reptíleos, que gobiernan la actitud de los automovilistas. Veamos.
El reconocimiento del error se premia y genera una dinámica positiva entre dos automovilistas y también una corriente de empatía con el ofensor. A veces, un conductor socializado puede hacer una aproximación temeraria. Si voltea rápidamente y hace conexión visual con el agredido y un gesto de contrición, no sólo logrará que su error sea olvidado, sino que generará en el agredido una sensación de bienestar y placer espiritual que por un momento lo hace una mejor persona, capaz de perdonar el error y permitir que el “agresor” siga su camino con la sensación de frustración por no poder hacer más por el individuo ejemplar. Parece contradictorio, pero en realidad no lo es. El arrepentimiento sincero es, en estos casos, la única manera de calmar la explosión de ira que genera una agresión repentina e inesperada.
En los cruces semaforizados, la luz de ámbar es tomado como indicación de movimiento. Por ello es que pareciera que muchos automovilistas “no respetan” la luz roja, puesto que cuando están cruzando la intersección el semáforo ya está en rojo. En realidad sí lo respetan y, de hecho, cuando encuentran el semáforo en rojo (y no en ámbar), nadie socializado va a cruzar. Los conductores de la otra vía, esperan que efectivamente esté en verde para iniciar su marcha.
Si bien las luces laterales no son suficientes para provocar una cesión de paso o de lugar, una mano alzada y una rápida cruzada de mirada, son eficaces. En general, todas las actitudes de cordialidad son los passwords para lograr una concesión en la ruta. Como le diríamos a los niños son las “palabras mágicas”.
Estas reglas elementales garantizan que no se desate la locura en nuestras pistas. Por que es claro sí, que todos están en el límite de sus capacidades de autocontrol, y más bien listos para la pelea. Las calles de Lima, las vías, las pistas y las autopistas, hacen aflorar en todo el que toma el timón, los miles de años de vida salvaje de nuestra evolución, por que ciertamente de “civilizados” apenas tenemos unos cientos de años. Una aproximación agresiva (que supera el mínimo permitido) o un inadecuado manejo de las distancias pueden despertar el salvaje que late en cada uno de nosotros y que tiene el timón en las manos. Entonces, en el mejor de los casos, improperios saldrán de nuestras bocas. Y en el peor de los casos, persecuciones y hasta agresiones concretas…como la de aquella señora que en venganza, impactó intencionalmente su auto en el del taxista que la había “metido la trompa” del carro. En fin. Para tomar en cuenta.
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