Esta es una crónica escrita en 1997, sobre un viaje que con dos amigos de Lima hicimos a Puerto Maldonado, Brasileia-Cobija y Rio Branco. Es un poco larga, asi que la colgaré en partes, semanalmente. Esta es la tercera sección. En algunos momentos se mencionan personas de la vida real, pero algunas circunstancias y hechos (los de tipo "históricos") que se señalan, no se ajustan, necesariamente, en 100% a la realidad. Al menos no podría probarlo.
30/08/97
El día 30 de agosto de 1997 zarpamos rumbo a Boca Inambari, territorio de los “cazadores solitarios”, los Amarakaeri. 70 años atrás mis abuelos hacían esta misma travesía con destino al Chaspa, una remota zona aurífera, ubicada casi en las nacientes de los ríos de la cuenca del Madre de Dios, donde el oro, a decir de la abuela Juana, que aún rememora esas jornadas, era recogido en charpas de los lechos de las quebradas. Nosotros partimos desde Laberinto, asentamiento intermedio, de fugaces buscadores de oro, ubicado a 50km. de Puerto, convertido en un poblado permanente, plagado de cantinas, compradores de oro, prostitutas y todo aquello propenso al dinero fácil.
De repente ya nos encontramos surcando en una canoa sobre un río de aguas marrones. Es el Inambari, tributario del Madre de Dios. Sebastián y Frank se ven imperturbables y, de no ser por que esa mirada de ensoñación, diría presienten que de caerse serán engullidos por la yacumama. Hace unos minutos estábamos sobre el Madre de Dios cuya diferencia con el Inambari es notoria. Sobre un fondo indefinido, se percibe un lecho arenoso, el agua es plateada y, por momentos surgen los ráudos lomos de una mijanada. Es su temporada y de no ser por que aún conservo el atavismo aquel de temor-respeto por el río, me abandonaría a nadar aguas arriba, allá donde desova la mijanada.
Inambarillo (Lago o Cocha, donde pasamos una noche)
Un vientecillo frío invade las partes bajas de los árboles; la tangarana y la isula se han refugiado en los restos del pashaco tumbado nadie sabe por quién, ni para qué hace mucho tiempo. La leña seca de nuestra fogata revienta esporádicamente y algunos suspiros se dejan escuchar. Algunos fumamos. Por ratos me sobrecoge la sensación de millones de ojos, oídos y olfatos, allá donde la tenue luz de nuestra fogata muere y dónde se esconde un mundo desconocido. Recuerdo las historias de duendes y demonios, del Supay, amo y señor de la oscuridad amazónica. Por suerte, el cielo está estrellado y hay claridad por encima del techo alto de árboles. De haber sido una noche cerrada, la oscuridad sería total, no habría estrellas y sin dudar, nos estaría acosando un lejano alarido, maléfica señal del gran Supay, que enturbia la razón y arrastra a los hombres hacia lo más profundo de esta selva, de donde no regresan jamás. (Sangama: Arturo D. Hernandez. Iquitos).
Esta mañana, Sebastián se levantó muy temprano y se fue a caminar por las orillas del lago Inambarillo, que es como también se llama esta pequeña comunidad de campesinos pescadores (colonos) mestizos. Anoche tuvimos una “reunión” con los técnicos enfermeros del Ministerio de Salud establecidos aquí. El Maestro de la comunidad nos permitió dormir en la escuela y es allí donde improvisamos nuestro campamento. Una de las enfermeras vino con nosotros desde Amarakaeri, la comunicad de Héctor, a despedirse de la gente de Inambarilllo y a pasar un buen rato con nosotros. La veo arrebolada, quizás por el adios, pero me inclino a pensar por el contacto con personas de la ciudad, luego de tanto tiempo. Felicho, el técnico enfermero, es un viejo amigo mío, promoción de colegio, es un sujeto jovial, sencillo y muy espontáneo por lo que sé hará las delicias de Sebastián, a quien ya vi bastante sorprendido por la fresca e irreverentemente genuina personalidad de mis amigos de Puerto.
El punto de reunión fue el patio de la escuela, el Maestro ha prendido el generador eléctrico de la comunidad sólo para que podamos escuchar un poco de música. Las dos enfermeras se ríen mucho y de cualquier cosa que habla Felicho, tan gracioso como siempre. Habla de sus experiencias en todas la comunidades donde ha trabajado, habla de boas y lagartos míticos, que no pocos campesinos y nativos viejos le han contado haber visto en los lechos de los ríos en las orillas de las cochas más remotas…animales fantásticos casi antediluvianos, que habrían subsistido gracias a la ausencia del hombre. No dudo, que mucho también le agrega la imaginación amazónica de Felicho.
Tarzán (la imagen es una foto de la imagen "Alias Tarzán" que figura en "Hijos de nuestra Tierra - Felipe Lettersten)
Supe de él como un personaje de fábula. La mirada solemne y de respeto con que Héctor nos habló de su existencia, hacía vagabundear mi imaginación. Ficticio o real, supe desde esa vez que debía conocerlo. Era Tarzán, anciano líder de los Amarakaeri. Nadie sabía quién ni cómo le había puesto el sobrenombre, pero la razón de la misma era evidente. Sin dudar, los primeros visitantes de estas tierras, allá por los años 50 se sorprendían al ver a ese jóven alto y musculoso, conocedor en exceso de los secretos de la jungla. Héctor nos guía a su choza y se adelanta para anunciarles de nuestra visita, a la comunidad y en particular a él. Hace un p
ar de años un famoso escultor peruano (Lettersten) ha estado de visita y les ha hecho moldes a muchos en la comunidad que han devenido en esculturas que hasta hoy se exhiben en Lima.
Tarzán fue el favorito del artista. Nos detenemos con cautela a algunos metros de donde murmuran frases inintelegibles a nuestros oídos profanos. Sus bocas emiten sonidos guturales bien articulados; es la lengua Harambuk, una de las principales familias linguísticas de los indígenas de Madre de Dios. Aparentemente decide recibirnos y se nos acerca portentoso ante nuestra esmirriada humanidad. Nos había contado Héctor que Tarzán “se fuma” para mantener erguido sus músculos. Mientras habla, Héctor va traduciendo con fluidez lo que nos dice. Nos da la bienvenida. Nos estaba esperando. Ya sabía que habíamos venido a la comunidad. Héctor nos mira impaciente y nos alienta a decirle algo “a él le gusta que le hablen”. En verdad, él juega con nosotros, conciente del efecto que tiene su personalidad y su soberbio conocimiento de la selva, de sus espíritus, de los malos y de los buenos. Todos en la comunidad “saben” que él es un espíritu más de la selva, que su forma humana es transitoria e intercambiable en las noches, a su antojo. - Así es - asiente con seguridad Héctor – él, en muchas noches toma la forma de algún animal y sale a caminar hasta lo más profundo. Allí conversa con los espíritus, sobre el pasado de su comunidad y de la selva, y sobre el futuro de su gente, le han dicho incluso cuándo los dejará y se unirá a ellos por siempre. Pero, Tarzán, no nos quiere hablar sobre ello, sólo bromea, sobre el tiempo que le han dado, cuatro días, cuatro meses, cuatro años. Yo pienso que han sido cuatro centurias.
Aunque no se las formulé, muchas preguntas que tenía para Tarzán se quedaron en mi cabeza. ¿Es verdad que hablas con los espíritus? ¿Has hecho algún trato con ellos? ¿Qué piensan de tí, de tu comunidad y de toda la gente extraña que ha empezado a tomar por asalto a la selva, sus animales y a su gente?¿Quiénes hablan con esos espíritus, sólo tú, o los demás ancianos que vimos en las cabañas también? ¿Existe un Espíritu de la Selva? ¿es malo? ¿Qué es la maldad? ¿Qué piensas tú de lo que ocurre actualmente, de tu gente, de Héctor? ¿Tus niños deben ser como Héctor?......dime Tarzán. ¿Qué será de tu gente, de tu comunidad, de tus danzas, de los cazadores, de la caza...? ¿Qué pasará cuando mueras? ¿Quién conducirá espiritualmente a tu pueblo?.
Tarzán es el líder tradicional de esta comunidad, existe una junta directiva, existe un Presidente de la Comunidad, existe una pequeña red de poder. El líder tradicional, no sabe leer la escritura, ni escribir con tinta. Pero lee y escribe en la mente de los nuevos como Héctor.
-Tú sabes de mí, tu sabes de nosotros -me dice-, me agarra la cara y me mira inquisitivo con sus ojos pequeños, y los desvía hacia el fondo de la choza, donde mora solo, sin mujeres, sin hijos. En realidad, todos allí son sus hijos. Sólo atino a pensar -Volveré Tarzán- volveré algún día, y quizás ya no te encuentre, pero espero que sí las respuestas a muchas preguntas que aún hasta hoy, y seguro en muchos años, estará correteándome, jugueteando con mi limitada capacidad de respuesta.
-Gracias, gracias por preocuparte por nosotros- dice Tarzán, mientras camina
Y a mi me queda la incertidumbre de por qué exactamente dijo eso.
La noche en Inambarillo es como lo esperaba. Felicho y una de las enfermeras regresan, blandiendo entusiastas, seis botellas pequeñas de cerveza. No están muy frías pero eso no importa. La conversación gira en torno al trabajo de ellos, lo solos que pueden sentirse en ese trabajo, Puerto Maldonado realmente les hace mucha falta. La enfermerita que vino con nosotros de Amarakaeri está muy rosadita se sonríe más que antes y sus ojos brillan en respuesta a las estrellas de la noche de Inambarillo. Las horas pasan y han aparecido más cervezas. Sebastián decide ir a acostarse, la velada está muy divertida. Sobre la hierba húmeda por el sereno improvisamos una pista de baile, la enfermerita se pega profundamente cuando baila. Trae puesto un polo blanco ajustado por la presión de sus partes, las principales, las que entran en contacto cuando bailamos son dos grandes frutas maduras, listas y deseosas de ser cogidas. Para mi sorpresa, Frank, usualmente recatado y poco audaz, haciendo gala de una osadía nunca transparentada, ha hecho los mayores avances. Fue allí cuando supe que la noche con la enfermerita ansiosa de Inambarillo nunca sería mía.
Antes de partir de Inambarillo, salimos de pesca al lago. Un dirigente de la comunidad nos presta la red y salimos con algunos niños, expertos pescadores, a darle una vuelta al lago con nuestro deslizador. En menos de media hora estamos de vuelta con un buen número de carachamas, doncellas, boquichicos y yawarachas que una de las señoras nos prepara para el desayuno. Luego, partimos. No permanecimos mucho tiempo en Inambarillo pero cierta nostalgia ya nos invade. La casa donde nos prepararon el desayuno y la adyacente está plagada de niños. Nos miran con curiosidad y con una curiosidad adicional a Sebastián, quien es el “gringo” del grupo. Conocemos a Bastonín, pequeño rapaz de ojos redondos y serenidad senil. En ningún momento demuestra la gran curiosidad que siente por nosotros y espera pacientemente a que nos acerquemos a él, cosa que hacemos manipulados totalmente por tamaña personalidad.
-Vamos- dice Héctor. Nuestra visita a Inambarillo ha terminado.
30/08/97
El día 30 de agosto de 1997 zarpamos rumbo a Boca Inambari, territorio de los “cazadores solitarios”, los Amarakaeri. 70 años atrás mis abuelos hacían esta misma travesía con destino al Chaspa, una remota zona aurífera, ubicada casi en las nacientes de los ríos de la cuenca del Madre de Dios, donde el oro, a decir de la abuela Juana, que aún rememora esas jornadas, era recogido en charpas de los lechos de las quebradas. Nosotros partimos desde Laberinto, asentamiento intermedio, de fugaces buscadores de oro, ubicado a 50km. de Puerto, convertido en un poblado permanente, plagado de cantinas, compradores de oro, prostitutas y todo aquello propenso al dinero fácil.
De repente ya nos encontramos surcando en una canoa sobre un río de aguas marrones. Es el Inambari, tributario del Madre de Dios. Sebastián y Frank se ven imperturbables y, de no ser por que esa mirada de ensoñación, diría presienten que de caerse serán engullidos por la yacumama. Hace unos minutos estábamos sobre el Madre de Dios cuya diferencia con el Inambari es notoria. Sobre un fondo indefinido, se percibe un lecho arenoso, el agua es plateada y, por momentos surgen los ráudos lomos de una mijanada. Es su temporada y de no ser por que aún conservo el atavismo aquel de temor-respeto por el río, me abandonaría a nadar aguas arriba, allá donde desova la mijanada.
Inambarillo (Lago o Cocha, donde pasamos una noche)
Un vientecillo frío invade las partes bajas de los árboles; la tangarana y la isula se han refugiado en los restos del pashaco tumbado nadie sabe por quién, ni para qué hace mucho tiempo. La leña seca de nuestra fogata revienta esporádicamente y algunos suspiros se dejan escuchar. Algunos fumamos. Por ratos me sobrecoge la sensación de millones de ojos, oídos y olfatos, allá donde la tenue luz de nuestra fogata muere y dónde se esconde un mundo desconocido. Recuerdo las historias de duendes y demonios, del Supay, amo y señor de la oscuridad amazónica. Por suerte, el cielo está estrellado y hay claridad por encima del techo alto de árboles. De haber sido una noche cerrada, la oscuridad sería total, no habría estrellas y sin dudar, nos estaría acosando un lejano alarido, maléfica señal del gran Supay, que enturbia la razón y arrastra a los hombres hacia lo más profundo de esta selva, de donde no regresan jamás. (Sangama: Arturo D. Hernandez. Iquitos).
Esta mañana, Sebastián se levantó muy temprano y se fue a caminar por las orillas del lago Inambarillo, que es como también se llama esta pequeña comunidad de campesinos pescadores (colonos) mestizos. Anoche tuvimos una “reunión” con los técnicos enfermeros del Ministerio de Salud establecidos aquí. El Maestro de la comunidad nos permitió dormir en la escuela y es allí donde improvisamos nuestro campamento. Una de las enfermeras vino con nosotros desde Amarakaeri, la comunicad de Héctor, a despedirse de la gente de Inambarilllo y a pasar un buen rato con nosotros. La veo arrebolada, quizás por el adios, pero me inclino a pensar por el contacto con personas de la ciudad, luego de tanto tiempo. Felicho, el técnico enfermero, es un viejo amigo mío, promoción de colegio, es un sujeto jovial, sencillo y muy espontáneo por lo que sé hará las delicias de Sebastián, a quien ya vi bastante sorprendido por la fresca e irreverentemente genuina personalidad de mis amigos de Puerto.
El punto de reunión fue el patio de la escuela, el Maestro ha prendido el generador eléctrico de la comunidad sólo para que podamos escuchar un poco de música. Las dos enfermeras se ríen mucho y de cualquier cosa que habla Felicho, tan gracioso como siempre. Habla de sus experiencias en todas la comunidades donde ha trabajado, habla de boas y lagartos míticos, que no pocos campesinos y nativos viejos le han contado haber visto en los lechos de los ríos en las orillas de las cochas más remotas…animales fantásticos casi antediluvianos, que habrían subsistido gracias a la ausencia del hombre. No dudo, que mucho también le agrega la imaginación amazónica de Felicho.
Tarzán (la imagen es una foto de la imagen "Alias Tarzán" que figura en "Hijos de nuestra Tierra - Felipe Lettersten)
Supe de él como un personaje de fábula. La mirada solemne y de respeto con que Héctor nos habló de su existencia, hacía vagabundear mi imaginación. Ficticio o real, supe desde esa vez que debía conocerlo. Era Tarzán, anciano líder de los Amarakaeri. Nadie sabía quién ni cómo le había puesto el sobrenombre, pero la razón de la misma era evidente. Sin dudar, los primeros visitantes de estas tierras, allá por los años 50 se sorprendían al ver a ese jóven alto y musculoso, conocedor en exceso de los secretos de la jungla. Héctor nos guía a su choza y se adelanta para anunciarles de nuestra visita, a la comunidad y en particular a él. Hace un p

Tarzán fue el favorito del artista. Nos detenemos con cautela a algunos metros de donde murmuran frases inintelegibles a nuestros oídos profanos. Sus bocas emiten sonidos guturales bien articulados; es la lengua Harambuk, una de las principales familias linguísticas de los indígenas de Madre de Dios. Aparentemente decide recibirnos y se nos acerca portentoso ante nuestra esmirriada humanidad. Nos había contado Héctor que Tarzán “se fuma” para mantener erguido sus músculos. Mientras habla, Héctor va traduciendo con fluidez lo que nos dice. Nos da la bienvenida. Nos estaba esperando. Ya sabía que habíamos venido a la comunidad. Héctor nos mira impaciente y nos alienta a decirle algo “a él le gusta que le hablen”. En verdad, él juega con nosotros, conciente del efecto que tiene su personalidad y su soberbio conocimiento de la selva, de sus espíritus, de los malos y de los buenos. Todos en la comunidad “saben” que él es un espíritu más de la selva, que su forma humana es transitoria e intercambiable en las noches, a su antojo. - Así es - asiente con seguridad Héctor – él, en muchas noches toma la forma de algún animal y sale a caminar hasta lo más profundo. Allí conversa con los espíritus, sobre el pasado de su comunidad y de la selva, y sobre el futuro de su gente, le han dicho incluso cuándo los dejará y se unirá a ellos por siempre. Pero, Tarzán, no nos quiere hablar sobre ello, sólo bromea, sobre el tiempo que le han dado, cuatro días, cuatro meses, cuatro años. Yo pienso que han sido cuatro centurias.
Aunque no se las formulé, muchas preguntas que tenía para Tarzán se quedaron en mi cabeza. ¿Es verdad que hablas con los espíritus? ¿Has hecho algún trato con ellos? ¿Qué piensan de tí, de tu comunidad y de toda la gente extraña que ha empezado a tomar por asalto a la selva, sus animales y a su gente?¿Quiénes hablan con esos espíritus, sólo tú, o los demás ancianos que vimos en las cabañas también? ¿Existe un Espíritu de la Selva? ¿es malo? ¿Qué es la maldad? ¿Qué piensas tú de lo que ocurre actualmente, de tu gente, de Héctor? ¿Tus niños deben ser como Héctor?......dime Tarzán. ¿Qué será de tu gente, de tu comunidad, de tus danzas, de los cazadores, de la caza...? ¿Qué pasará cuando mueras? ¿Quién conducirá espiritualmente a tu pueblo?.
Tarzán es el líder tradicional de esta comunidad, existe una junta directiva, existe un Presidente de la Comunidad, existe una pequeña red de poder. El líder tradicional, no sabe leer la escritura, ni escribir con tinta. Pero lee y escribe en la mente de los nuevos como Héctor.
-Tú sabes de mí, tu sabes de nosotros -me dice-, me agarra la cara y me mira inquisitivo con sus ojos pequeños, y los desvía hacia el fondo de la choza, donde mora solo, sin mujeres, sin hijos. En realidad, todos allí son sus hijos. Sólo atino a pensar -Volveré Tarzán- volveré algún día, y quizás ya no te encuentre, pero espero que sí las respuestas a muchas preguntas que aún hasta hoy, y seguro en muchos años, estará correteándome, jugueteando con mi limitada capacidad de respuesta.
-Gracias, gracias por preocuparte por nosotros- dice Tarzán, mientras camina
Y a mi me queda la incertidumbre de por qué exactamente dijo eso.
La noche en Inambarillo es como lo esperaba. Felicho y una de las enfermeras regresan, blandiendo entusiastas, seis botellas pequeñas de cerveza. No están muy frías pero eso no importa. La conversación gira en torno al trabajo de ellos, lo solos que pueden sentirse en ese trabajo, Puerto Maldonado realmente les hace mucha falta. La enfermerita que vino con nosotros de Amarakaeri está muy rosadita se sonríe más que antes y sus ojos brillan en respuesta a las estrellas de la noche de Inambarillo. Las horas pasan y han aparecido más cervezas. Sebastián decide ir a acostarse, la velada está muy divertida. Sobre la hierba húmeda por el sereno improvisamos una pista de baile, la enfermerita se pega profundamente cuando baila. Trae puesto un polo blanco ajustado por la presión de sus partes, las principales, las que entran en contacto cuando bailamos son dos grandes frutas maduras, listas y deseosas de ser cogidas. Para mi sorpresa, Frank, usualmente recatado y poco audaz, haciendo gala de una osadía nunca transparentada, ha hecho los mayores avances. Fue allí cuando supe que la noche con la enfermerita ansiosa de Inambarillo nunca sería mía.
Antes de partir de Inambarillo, salimos de pesca al lago. Un dirigente de la comunidad nos presta la red y salimos con algunos niños, expertos pescadores, a darle una vuelta al lago con nuestro deslizador. En menos de media hora estamos de vuelta con un buen número de carachamas, doncellas, boquichicos y yawarachas que una de las señoras nos prepara para el desayuno. Luego, partimos. No permanecimos mucho tiempo en Inambarillo pero cierta nostalgia ya nos invade. La casa donde nos prepararon el desayuno y la adyacente está plagada de niños. Nos miran con curiosidad y con una curiosidad adicional a Sebastián, quien es el “gringo” del grupo. Conocemos a Bastonín, pequeño rapaz de ojos redondos y serenidad senil. En ningún momento demuestra la gran curiosidad que siente por nosotros y espera pacientemente a que nos acerquemos a él, cosa que hacemos manipulados totalmente por tamaña personalidad.
-Vamos- dice Héctor. Nuestra visita a Inambarillo ha terminado.
Comentarios
Roger
saludos
Roger